viernes, 2 de enero de 2009

El incomparable don de la carencia


Vivimos en el mundo de la pragmática, a pesar de que algunas cosas parezcan indicar lo contrario. Nuestro mundo nos arrastra muchas veces a ser útiles. ¿De cuántas maneras diferentes puede decirse? Poder, ser capaz de, estar capacitado para, dominar, tener la habilidad de, saber... Lo que no somos capaces de suplir con pertenencias lo cubrimos con habilidades. Despues de todo los verbos "tener" y "hacer" están fuertemente relacionados en este nuestro mundo práctico. Estos verbos con frecuencia subyugan nuestro infravalorado "ser". Así, de algo que es hermoso se suele decir que tiene una gran belleza, de lo que es caro, que tiene gran valor. Lo que es encantador tiene encanto, lo rojo tiene un color vivo, lo negro lo tiene apagado. Incluso decimos con frecuencia de las personas simpáticas que tienen un buen sentido del humor.

¿Pero dónde quedó la esencia? ¿Por qué sólo podemos hablar de un buen perfume en términos de "huele bien" o "tiene un buen olor"? ¿Dónde está el "este perfume es..."? Sobran ya los comentarios sobre aquello que no tiene nada, o que no tiene lo que debería. ¿Por qué una persona sin vida es un muerto? ¿Por qué una lagartija sin patas una culebra? ¿Por qué una silla sin respaldo un taburete? Y a pesar de todo la carencia es necesaria, aunque nadie la quiere. Una de las carencias más mencionadas es la soledad... o el desamor. Pero las carencias también cumplen su papel en nuestro mundo pragmático. Quizá una de sus funciones supla con creces lo que aporta la no carencia: destapar el velo que nos impedía ver el horizonte, encontrarnos con nuestros propios límites aprendiendo a ajustarnos a ellos.

Y es que parece que al fin y al cabo voy a estar de acuerdo con el anuncio de los relojes, apoyando el "no es lo que tengo, es lo que soy".

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