martes, 29 de septiembre de 2009

¿Será este amor para siempre?


Caminando por las afueras de la ciudad, un maestro iba conversando con su discípulo. Puesto que hacía ya tiempo que no habían parado a descansar, decidieron detenerse un instante para continuar la charla que traían entre manos:

- Maestro, ¿cómo puedo descubrir si el amor que he encontrado será para siempre?

- No te atormentes con ese tipo de preguntas. Vive el amor cada día con el convencimiento de que será auténtico, sincero y eterno. Si es cierto que lo era, solo el tiempo te lo podrá revelar.

- Pero, ¿cómo puedo actuar de ese modo sin haber alcanzado antes la seguridad de que este amor cumple todo lo que tú me has mencionado?

El maestro, indicando con su bastón un punto en el suelo, le preguntó:

- ¿Ves lo que señalo? ¿Es una piedra o un caracol?

- Desde donde me encuentro no puedo responder con seguridad, quizá si me aproximara un poco más...

- Tus ojos ven lo suficiente, tan solo les falta creer en aquello que ven.

- No lo sé, estoy confuso.

- Si ahora nos marchásemos y mañana regresases al mismo lugar en el que estás sentado, ¿lo sabrías?

- Supongo que sí. Si mañana ya no está ahí, sabré que era un caracol; de ser una piedra continuaría en el mismo sitio.

- Hagámoslo así.

Y se marcharon de aquel lugar.

Al día siguiente el muchacho regresó, impaciente por desvelar el enigma que le reconcomía desde la tarde anterior. Le fue suficiente una mirada furtiva para romper a llorar. En un instante había comprendido que el amor y los caracoles no son, al fin y al cabo, cosas tan diferentes.

domingo, 27 de septiembre de 2009

El Osha Acuario


De acuerdo, sé que esto no es solo mi rinconcito personal de reflexión, sino el blog oficial de todo un grupo cultural de Facebook. Me voy a tomar de todos modos la licencia de hacerme un pequeño homenaje particular a través de esta entrada. Debido a su, ante todo, carácter egocéntrico, tampoco voy a hacer referencia a este artículo en el grupo. En general, un texto insulso y aburrido para casi todos y que prácticamente a nadie le valdrá la pena leer. Para todos los demás, los "osháfilos", publico esta entrada.

Es verdad que he atravesado una época en cierto sentido frenética (si es que en algún otro momento de mi vida dejó de serlo) dedicada al análisis, a la reflexión, a la creación... Esto me ha obligado en cierto modo a un estudio introspectivo, a indagar en este mundo interior que, por un lado se ha ido formando y por otro he ido construyendo, apoyándome en la observación, la síntesis y la abstracción de tantos y tantos procesos mentales y experiencias cotidianas. Es una tarea ardua, pero muy enriquecedora que quizá todos deberíamos plantearnos a lo largo de nuestra vida a fin de conocernos y comprendernos un poquito más a nosotros mismos y, con ello, propiciar una relación sana y plena con el mundo en el que vivimos y con las personas que nos rodean y comparten con nosotros también un trocito de su vida.

Ante todas las conclusiones que, individualmente, somos capaces de extraer tras un análisis de este tipo, siempre resulta favorable contrastar con ayuda de algún tipo de patrón externo. Yo, casualmente, he dado con el análisis de mi signo zodiacal. Qué poco riguroso... Pero esto nunca pretendió ser una web científica, ¿verdad?

Me limitaré únicamente a reproducir las partes más importantes que allí he encontrado. Y dice:

"El énfasis de la iniciativa y el cambio se pone en entera disponibilidad en este signo. Tiene capacidad lógica y razonada de absorber lo que le ofrece el entorno para alcanzar una forma más completa y definida en el momento de una elaboración mental que se ajuste adecuadamente al conjunto. Siente curiosidad por todo lo nuevo y gusto por los avances científicos aunque su creatividad, siempre innovadora, también es buen complemento para el arte.

Admira el raciocinio y es analítico, pero con tendencia a algo de misticismo porque su mente está abierta a todo. Es simpático y amable pero antepone fielmente sus propios criterios, pues es leal a sí mismo sobre todas las cosas. Esto puede conducirle en ocasiones a un individualismo cerrado. Sin embargo, le gusta compartir sus ideas con grupos y gente con la que sienta afinidad. No es tradicional y sí rebelde, revolucionario y excéntrico. Siempre muy personal en todo lo que hace y destacándose de los demás por su especial forma de ser y de actuar.

Él va a su aire y pasa de todo y, si los demás no le entienden, juzgará que el problema es de ellos. Por eso es el gran incomprendido del zodiaco. Es el representante por excelencia del idealismo. Es consciente de que sus pensamientos van por delante de su época y disfruta con la provocación que suscitan. Necesita opinar sobre todo y le encanta elaborar ideas, pero debe cuidar de no cerrarse demasiado en ellas y ser más flexible.

Su pareja debe ser segura e independiente, abierta e inteligente, que comparta y entienda sus ideas y que, a la vez, sea capaz de estimularle intelectualmente. En cuanto al sexo, es tan idealista que puede mantener relaciones platónicas sin recurrir a él porque tampoco es algo que le obsesione o le condicione."

sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Cuántas extremidades hacen falta...?


En ocasiones resulta poco menos que sorprendente lo que una persona es capaz de hacer con su cuerpo. Al margen de connotaciones subiditas de tono, mi reflexión iba dirigida hacia la interpretación musical. Es cierto que muchas otras artes exigen malabarismos y piruetas rebuscadas durante el proceso de creación, pero hay otros factores, concretamente tres, que les hacen perder efectismo. Esto es la no exhibición pública (en general un pintor, un escultor, un poeta... crea en privado, esencialmente porque el proceso de creación a menudo se considera trivial para con el resultado final y el acto de admiración), el tiempo empleado en la creación (se puede crear sin parar durante horas o dosificar el trabajo en pequeños momentos, hacerlo frenéticamente, rápido, despacio... realmente no importa) y, puede que como consecuencia de las anteriores, el carácter no definitivo del proceso creativo (siempre es posible modificar, corregir, rectificar o mandar la obra a la basura y empezar de nuevo). En este sentido, la interpretación musical, una vez iniciada, es pública y unívoca, sin opción para el aplazamiento, la rectificación o el abandono. El ser humano es errático por naturaleza, por lo que situaciones así atrapan fuertemente nuestra atención.

No es fácil tocar un instrumento musical y no equivocarse. La únicas soluciones para la superación de esta traba son la interpretación de obras técnicamente asequibles o el estudio. En cuanto a la dificultad de una obra, dependerá, por supuesto, tanto de las capacidades innatas como de las adquiridas por el propio intérprete. En cuanto al estudio, no resulta tan inmediata la manera en la que se consigue llevar a cabo. La interpretación musical contiene una fuerte componente mental, pero también física. El proceso en general pasa por la lectura de una partitura, su procesamiento y su posterior traducción en movimientos. Este es el motivo por el que ya no es la partitura en sí, sino la secuencia de acciones corporales lo que nos permite recordar el modo en que debemos interpretar una obra. Este recuerdo se traduce en un proceso de interpretación quasi-automático que elude cualquier posibilidad de error. Cierto es que no somos máquinas perfectas y los errores, antes o después, aparecen, pero con una frecuencia mucho menor.

Ahora viene la pregunta. Si el estudio se fundamente esencialmente en la memorización de secuencias de movimientos corporales, ¿qué debo memorizar? La respuesta es obvia: lo mínimo necesario para alcanzar resultados satisfactorios. Aquí la práctica totalidad del proceso de selección de movimientos a recordar la lleva a cabo el cerebro de forma inconsciente. De un modo u otro sabemos que es importante la posición de un dedo u otro en el instrumento pero no, por ejemplo, la postura que tome nuestra cabeza. A pesar de ello, los tics profesionales están a la orden del día y no es extraño el intérprete que tiende a realizar el mismo movimiento de cabeza o la misma mueca al llegar a un pasaje determinado.

La pregunta inmediata a la anterior sería ¿qué puedo memorizar? La capacidad de procesamiento y almacenamiento de información que posee nuestro cerebro resulta muchas veces sorpendente. Está capacitado para memorizar tanto movimientos sencillos que impliquen la actuación de zonas muy reducidas de nuestro cuerpo como secuencias de movimientos complejos que involucren la participación sincronizada de varios miembros o regiones corporales. Casos extremos los hay en todas partes. Como muestra, un botón. Por un lado el concierto para piano "para la mano izquierda" de Maurice Ravel. Por el otro una fuga en do mayor de J. S. Bach donde, como en tantísimas otras obras para órgano, las manos se vuelven insuficientes y se hace necesario recurrir a los pies en determinados pasajes.





lunes, 14 de septiembre de 2009

Manifiesto poético (8 de mayo de 2009)


A veces nos empeñamos en asociar la poesía con un mundo de ilusiones, con una realidad impracticable a la que jamás tendremos acceso. La poesía envuelve el mundo, empapa su corazón más interno y cubre sus detalles más superficiales. Solo hay que recurrir a ella para arrancarla de su letargo.

La poesía puede hallarse por igual en la inmensidad del cielo, en la espesura de un bosque, en una orquídea... en un pimiento. Resultaría fácil con solo decirlo, pero nadie nos creería. En ocasiones la gente necesita que se le muestre aquello de lo que duda. Necesitan poder decir: "Es cierto. Yo lo vi con mis propios ojos". Necesitan una prueba objetiva que les demuestre que no están locos. Un testimonio, una fotografía, un artículo de prensa o pronto ese encuentro con la poesía caerá de nuevo en el olvido.

A menudo la gente vive feliz porque su vida se limita al cuchillo y al tenedor. Pero en un lugar recóndito del universo hay también sitio para una cuchara. "Un pimiento... ¡Esto no es poesía!" Estamos tan familiarizados con lo que vemos cada día que nos volvemos ciegos ante todo. Cuando hablo de peces me imagino el mar; cuando hablo de aves me imagino el cielo. Basta con ver una hilera de pimientos en una calle para que el vegetal libere toda la poesía que llevaba dentro.

Una persona que pasea un pimiento es un loco; dos personas que pasean un pimiento, un par de locos. Y así nos rodeamos de prejuicios a medida que crecemos y nos hacemos mayores. El corazón de un adulto a menudo se parece a un pimiento. Es rojo por fuera y hueco por dentro. Pero no es joven ni ligero porque la idea de un mundo gris lo hace envejecer rápidamente. Más de uno querría para sí un corazón de pimiento, verdura dulce y fresca.

Un pimiento parece algo inútil, estúpido. "El pimiento es la cosa más tonta del mundo"- podemos pensar mientras nos lo comemos. Muchas veces perdemos el norte al opinar sobre las cosas. Menospreciamos aquello que no comprendemos en lugar de pensar en el sentido que tiene. Volver la cabeza y fingir no haber visto nada es una actitud muy cómoda. Cualquiera está preparado para entender la poesía y la postura de quienes la niegan da sentido a nuestra causa.

El acto poético ha llegado a ti. Déjate sorprender por cada instante de la vida. No te refugies en el ayer y deja de actuar condicionado por el mañana que esperas. En el hoy, y en ningún sitio más, es donde nos está permitido vivir.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Dónde comienza mi relación con el acto poético?


Entre el cuarto y el quinto fin de semana de mi estancia en Moscú, el desarrollo de los acontecimientos me condujo hacia uno de mis primeros simulacros de acto poético en tierras eslavas. En una sociedad como la rusa, que en ocasiones da la impresión a los ojos occidentales de que se asfixia sumida en su propia existencia, quise encontrar un soplo de aire fresco en mitad del marasmo existencial que asediaba a su gente. Había decidido visitar el cementerio de Novodevichi, para ser más concreto, la tumba de Shostakóvich.

Junto a la entrada me detuve en el escaparate de la floristería anexa. No me había planteado el propósito de comprar flores, y sin embargo algo me arrastró a buscar en su interior. Sin reparar en nada más, entré decididamente. Una rosa roja fresca como símbolo de respeto era todo lo que necesitaba antes de mi encuentro ante su lápida. No soportaba la idea de entrar con las manos vacías para rendirme ante quien tanto significaba para mí. Es cierto que la admiración por alguien es un sentimiento muy profundo que no es necesario exteriorizar para saberlo intensamente real, pero las manos en los bolsillos habría resultado un gesto demasiado descortés.

Tras salir de la floristería con mi rosa inicié una lucha silenciosa por aproximar cada vez un poco más la yema de mis dedos a su impasible tallo a la vez que caminaba hacia la entrada del cementerio, ignorando todo lo que me rodeaba. En aquel momento mis ojos no veían sino pétalos y espinas. Como la caída de un rayo que golpea con firmeza el manto de hierba, un brazo detuvo mi paso. Era el guardia de seguridad del cementerio, que con un gesto de frialdad me indicaba un letrero junto a la puerta: "Prohibido entrar sin pase". Busqué en el interior de mis bolsillos y le mostré cuantos documentos alcanzaban mis manos. Sin embargo, resultó inútil. Mi tarjeta de estudiante de la Universidad Estatal de Moscú no era suficiente para traspasar la fría verja que me separaba de Shostakóvich.

- ¿Por quién viene?
- Por Shostakóvich.
- No se puede pasar.

¿Cuántas veces mi cabeza ha vuelto a aquel recuerdo tratando, sin éxito, de cambiar lo que se resistió a salir bien? Una vez más quería ignorar que únicamente se puede cambiar el pasado en la mente. Si al menos se me hubiera ocurrido decirle algo en aquel momento... "He comprado esta rosa para él. Solo quiero ponerla en su lápida. La última vez que vine sólo vi unas flores de plástico desgastadas. Si no me está permitido pasar, por favor, ¿podría usted guardar esta rosa y colocarla sobre su tumba?"

El estridente silencio había cubierto por completo mis palabras. Todo sonido había muerto antes de rozar mis labios. Tan solo fui capaz de darme la vuelta mientras agachaba la cabeza y abandonaba aquel lugar. Reprimiendo la necesidad de llorar, emprendí el camino hacia la estación de metro Sportivnaya, a unos diez minutos del cementerio, con el único deseo de volver a la residencia de estudiantes de la universidad, dos estaciones más allá en la línea roja hacia las afueras de la ciudad.

A medida que avanzaba en mi camino, mi tristeza fue poco a poco convirtiéndose en vergüenza. El dolor perduraba, pero había tomado una nueva forma. A cada paso me hacía consciente de que las calles por las que me movía, la ciudad, el país, el mundo entero, estaban llenos de gente que no podía permitirse gastar tiempo ni lágrimas en banalidades como la que había conseguido sumirme en aquel sentimiento.

En España a menudo es posible no darse cuenta de este tipo de cosas; en Rusia muchas veces uno se ve obligado a apartar la mirada para no ser golpeado por la realidad. Me encontré una vez en el metro con una anciana cargada de bolsas, quizá llenas de productos para vender en el mercado, o de flores con las que ganarse unos pocos rublos tras todo un día en un sucio rincón de la ciudad. Se había quedado dormida mal sentada en uno de los bancos del metro. Sus ojos cerrados dejaban ver los pliegues y la suciedad de sus párpados. Toda una vida de lucha, probablemente iniciada con una corta infancia, para alcanzar, tras tantos años de estrecheces, una vejez en estas condiciones. Y yo desangelado porque se me había denegado la entrada a un cementerio.

Cuánto me queda por aprender de la gente que sufre. Cuántas lecciones de entereza y dignidad me faltan por descubrir. No podía seguir echando la vista a un lado, no quería seguir creyendo que todo aquello no estaba en mis manos, que no había nada que yo pudiera hacer para cambiar las cosas. Decidí iniciar el cambio precisamente con aquella rosa que se perdía de rubor entre mis manos. Cuando quise darme cuenta, entre pensamientos y divagaciones había llegado a Sportivnaya.

La primera persona con la que me crucé, y en cuyos ojos traté en vano de encontrar el brillo de la ilusión fue la revisora del metro. Junto a la cabina, controlaba la gente que salía y entraba, velando por que nadie atravesara la barrera sin pasar su billete por la máquina registradora. Me acerqué a ella y, con la expresión de seriedad eslava que, después de varios meses viviendo allí ya había hecho mía, le tendí la rosa para que pudiera cogerla de mi mano. Se me quedó mirando seria, muy seria, con una expresión mezcla de incredulidad y desconfianza.

- ¿Qué es eso? ¿Intenta pasar sin billete? ¿Acaso no tiene?
- Sí, tengo -le respondí mientras sacaba mi billete del bolsillo.
- ¿Entonces esto qué significa? Déme su billete.
- Vine a visitar la tumba de Shostakóvich. Compré una rosa pero no me dejaron entrar...
- A mí no tiene que darme nada. Pase.
- Pero yo quiero dársela.
- No tiene por qué darme nada.

De repente entendí que, para que el acto poético floreciera, tendría que enfrentarme a numerosos obstáculos. Quizá el tiempo o el dinero condicionaran los frutos, pero la mayor barrera a partir de entonces serían la desconfianza y la incomprensión de la gente.

jueves, 3 de septiembre de 2009

¿Es la imitación el paso inmediato a la admiración? (II)


En cuanto a la escritura, siempre quise ir más allá de lo trivial. No en vano la gente siempre me tuvo por un niño sofisticado y un tanto rarito. Rarito en el sentido de que mis intereses iban más allá de la tele, los videojuegos o los encuentros con amigos. Se podría decir que reinventé el concepto de diversión que se me había transmitido desde el exterior. Nunca di muestras de sobredotación en los test de inteligencia que nos hicieron en el colegio, lo que demuestra por otro lado que, en ocasiones, la voluntad prevalece sobre el intelecto. Así que una de las formas hacia las que mayor atención presté desde un principio fue la poesía.

Me resultaba cautivadora la musicalidad que podían adquirir las palabras al ser colocadas en el orden adecuado. Sin embargo aquello se apartaba de la tendencia natural del lenguaje a la asimetría y el desarrollo irregular. En otras palabras, era hermoso pero transmitía sensación de artificialidad. El paso lógico inmediato sería la búsqueda de aquello que con tanta fuerza me había cautivado, pero esta vez prescindiendo de lo que lo encorsetaba. Me sumergí de lleno en el mundo de la música.

La interpretación musical siempre me ha traído buenas sensaciones. Cuando lo necesitaba, me ayudaba a relajarme, a exteriorizar mi impotencia o a canalizar mi ira. Sin embargo, yo necesitaba algo más. Es cierto que el papel activo del intérprete en música no tiene igual en muchas otras artes. Es el bailarín en el ballet, el actor en el teatro, pero también el lienzo en la pintura, el mármol en la escultura. Esto permite al músico implicarse activamente en la obra, si bien hasta cierto punto subyugado a la voluntad creadora del compositor. Se me hacía insuficiente limitarme a escuchar o interpretar la obra de los grandes maestros de la música. Al igual que durante mi etapa plástica, necesitaba copiar, imitar, reproducir.