martes, 18 de agosto de 2009

Acción poética práctica: 4'33'' de John Cage


Hace ya tiempo descubrí un acto poético llevado con seriedad hasta sus últimas consecuencias: la obra 4'33'' de John Cage. No tiene sentido en este punto plantearse si el compositor realmente la concibió como un acto poético al uso, pero es formidable que alguien esté dispuesto a secundarlo hasta el punto de interpretarla en una sala de conciertos. Nunca una acción de este tipo ha llegado tan lejos. Y, sin embargo, como cualquier otro acto poético en esencia, no deja de ser recibido con la mofa de unos y la indignación de otros.

Sea como fuere, la sociedad se ha vuelto más tolerante a juicio de algunos, más estúpida conforme a la opinión de otros, y hay cosas que, por resquemor o malestar que le produzcan a uno, las comparte, las comprende, las tolera o simplemente las ignora. Yo entre tantos otros, aunque no por eso iba a dejar de mencionarlo. Es la espada de doble filo a la que llaman personalidad colectiva la que ha resuelto tomarse las cosas con mayor ligereza, podría decirse incluso con sentido del humor, y por otro lado, a guerrear como alimañas heridas a fin de ser los primeros o quedar con la mejor parte en otros terrenos. Yo he visto todo eso, ejemplificado todos los días cuando la gente se aturulla en la parada del autobús, por poner un caso de los más absurdos que acierto a recrear de rivalidades por minucias. Cuando la gente se da la vuelta y me ve, discretamente apartado del bullicio, deberá pensar que soy un neurótico que teme contagiarse al contacto con las personas, que tengo aires de superioridad por evitar mezclarme con nadie o quién sabe qué otras miles de cosas.

La pregunta ahora es quién no está en sus cabales. ¿Qué sentido tiene luchar por algo que carece de valor? Es esa necesidad de oponerse, de separar mi existencia de todo aquello externo a mí que a menudo me es ajeno. ¿Por qué? Si se hablara todo lo que merece ser dicho, en lugar de limitarse a hacer luz de gas a estas cuestiones, sin duda otro gallo cantaría. No obstante, y aunque parezca paradójico, en la cultura de la información a menudo pueden descubrirse facetas más reveladoras de las personas por lo que callan que por lo que hablan, puntualizando la sustancial diferencia entre el hablar y el decir. Es por ello que siempre prefiero, al verme obligado a medir mis palabras, mil veces escribir antes que hablar, así como mil veces leer antes que escuchar.

Del mismo modo que hablaba del espíritu de rivalidad, y probablemente instigado por el mismo, con fecuencia las personas, más cuando se encuentran en compañía que solas, se irritan pensando que están tratando de aprovecharse de ellos, que les están vendiendo la moto o dando gato por liebre. Es más el sentimiento de creer que nos subestiman o se están riendo de nosotros lo que hace saltar el resorte que nos obliga a oponernos a todo, no aceptando nada. 4'33'' no es una obra indicada para personas con este tipo de susceptibilidades, si bien, aun no teniéndolas, uno puede aceptar o rechazar lo que allí se presenta. Hablando de tolerancia y de legitimidad de criterios sería de muy mal gusto tratar de refutar una opción u otra en virtud de una segunda contraria a aquella. Sin embargo, en ningún momento me he pronunciado al respecto de esta obra, sino en favor del ideal de acto poético que desde el principio consiguió cautivarme. Es más, no fue hasta bastante después de descubrir este tipo de actos que me encontré con 4'33''.


sábado, 15 de agosto de 2009

¿Es la imitación el paso inmediato a la admiración? (I)


Desde pequeño siempre quise copiar, reproducir, imitar todo aquello que admiraba. Quizá hubiera podido llegar a tener algún que otro altercado con la SGAE y los derechos de autor, pero mis trabajos eran particulares y sin fines lucrativos. Como mucho podía mostrar alguno de mis dibujos a las amigas de mi madre o pegarlos en las paredes de mi cuarto.

Yo era, podría decirse así, una fotocopiadora atrapada en el cuerpo de un niño de nueve años. En cuanto veía una imagen que me causara interés, corría a por papel y lápiz, la dibujaba y continuaba con mis cosas. Por motivos como este llegué a tener más de una reprimenda en casa. "No puedes ir todo el día dibujando de aquí para allá. ¿Y los estudios qué?"- me decían. El caso es que nunca había llevado malas notas a casa excepto, he de reconocerlo, en la asignatura de educación física, o gimnasia, como la llamábamos entonces. Sin embargo mi entrega enfermiza a las artes plásticas incomodaba a mi madre.

Yo, por otro lado, comenzaba a encontrar limitaciones en el dibujo. Era obvio, evidente y, en consecuencia, poco sutil por un lado y, a pesar de ello, no me permitía transmitir con eficacia ideas o conceptos complejos. Un día, de repente comprendí que un cuadro podía percibirse de un solo golpe de vista, lo cual no me satisfizo. Aquello supuso el nacimiento de una nueva etapa: la literaria.