lunes, 26 de octubre de 2009

No hay quinta mala


*Nota previa: Si consigues leer esto significará que no he conseguido colapsar el site de blogger en mi intento de adjuntar videos indiscriminadamente desde youtube.

Sorprende la idea de que muchas quintas sinfonías hayan llegado a adquirir el calificativo de celebridades a lo largo de la historia de la música. Comenzando por quizá la más recordada de todas, la de Beethoven, la lista incluye a muchos otros grandes compositores: Mahler, Chaikovski, Bruckner, Prokofiev, Nielsen, Shostakóvich, Schnittke… Evidentemente, decir que únicamente quintas sinfonías han pasado a los anales de la historia como obras cumbre, maestras, sería faltar a la verdad. Resulta curioso sin embargo que, desde el desarrollo con Beethoven del concepto de sinfonía como "obra superior", despuntando entre otras formas consideradas en cierto modo menores, hayan sido estadísticamente las quintas sinfonías de lejos las más valoradas.

En comparación con sus predecesoras, en cierto modo es de esperar que una sinfonía presente un nivel de madurez y un grado de perfección mayor. La idea es que tras cada obra, tras haber sido capaz de superar cada uno de los problemas particulares que se han ido presentando durante el proceso compositivo, el compositor adquiera una mayor destreza. Este es uno de los principales motivos por los que, en principio, una quinta sinfonía tiene mayor probabilidad de adquirir renombre que una cuarta, y así sucesivamente. ¿Pero qué ocurre con la sexta, la séptima y demás? Quizá sea una cuestión de difícil respuesta desde un punto de vista objetivo. Hay ocasiones en las que uno solo puede recurrir a conjeturas. Cierto es que, de todos modos, también ha habido muchas sextas célebres y de una calidad extraordinaria. La sexta sinfonía de Chaikovski es un claro ejemplo y, no obstante, el genio ruso recibió la muerte atormentado por el fracaso de su estreno.

Y adentrándonos en el tema de la muerte encontramos otra de las ya extendidas supersticiones relacionadas con las sinfonías. Se trata de la maldición no escrita según la cual compositores como Beethoven, Bruckner, Schnittke o Wellesz habían firmado con su novena sinfonía también su propia sentencia de muerte que les condenaría a no poder regalar al mundo una décima, una sinfonía que destapara una región nueva de la realidad y revelara al género humano sensaciones o conocimientos no permitidos.

Mi selección particular recoge los primeros movimientos de las quintas sinfonías mencionadas. No soy partidario de una audición parcial de las obras. Como afirmaba Mahler, "una sinfonía debe contener todo un mundo" y, como tal, lo correcto es explorarla en su totalidad. Las demás partes pueden encontrarse sin mayor problema. Buen provecho.

Beethoven

Mahler


Chaikovski


Bruckner


Prokófiev


Nielsen

Shostakóvich


Schnittke

miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Debe el arte estar subyugado a un fin?


Esta es probablemente una de las preguntas que han acompañado al desarrollo creativo desde los primeros primerísimos instantes de su nacimiento. El arte es un concepto al que muchos no han sabido cómo enfrentarse, qué esperar de él, si es que se puede esperar algo, cómo manipularlo y qué beneficios buscar en él. El pensamiento pragmático lo ha sometido innumerables veces a juicio porque, según este criterio, no es lícito considerar el arte como fin en sí mismo. Ha de convertirse pues en medio para la consecución de algo. Este algo ya ofrece un amplio abanico de posibilidades, pero lo que queda claro según esta interpretación es que la obra artística adopta el papel de canal hacia un propósito, digamos pragmático u objetivo. Sea difundir ideologías, incitarnos al consumo... o sencillamente hacernos reír o llorar. Fines objetivos, o al menos expresados en un lenguaje diferente al artístico, uno más primario, más accesible. De hecho podemos encontrar ejemplos más o menos ilustrativos a lo largo de toda la historia, desde las pinturas rupestres que buscan representar una realidad, pasando por los patrones clásicos que van un paso más allá, no únicamente como representación de la realidad sino como búsqueda de un patrón estético, de belleza...

A partir de esto surge una gran variedad de clasificaciones en el gremio. Centrándonos en el terreno de una de las artes más escurridizas, la música, hablamos muchas veces de formalismo y realismo. A grandes rasgos consideramos música formalista aquella no programática, la que no pretende transmitir ningún argumento fuera de la propia música. En este caso la música es causa y consecuencia, lenguaje único que no necesita (y conforme a posturas puristas, tampoco debe) ser interpretado ni traducido, sino que ha de ser considerado autoconsistente per se. Del otro lado, la música realista, aquella irremediablemente ligada a un programa, esto es, a una historia, con un fin, con un hilo conductor extramusical. Por supuesto, defensores y detractores hay en ambos bandos, ya que motivos, tanto a unos como a otros, no les faltan. Es por este motivo por el que, ante disyuntivas de esta naturaleza, lo ideal generalmente es conservar una postura ecléctica y rescatar lo mejor de unos y de otros.


jueves, 1 de octubre de 2009

¿Asistimos a una involución en el arte? (I)


Quizá sea una de las preguntas más frecuentes que nos hacemos, en ocasiones de manera inconsciente, al hablar del arte contemporáneo. De hecho una gran proporción de la gente que se interesa por el arte, y especialmente la que opina sobre el tema aun declarándose profana, podría catalogarse como conservadora, ultraconservadora o, en casos especiales, moderadamente progresista. Y es que, dentro de lo que cabe, las terminologías artísticas y políticas muchas veces confuyen en un marco conceptual común.

El ser humano en general se resiste a considerar que un lienzo con un cuadrado negro sea arte. Sin embargo, parece que en algo ha aumentado la tolerancia, que no la comprensión, en este sentido con respecto a la reacción que pudo mostrar el público cuando, en 1915, al artista ruso Kazimir Malevich se le ocurriera elaborar una cuadro así. Ahora la gente lo ve como algo normal, casi con lástima. "Pobre chico. Hasta dónde se vio obligado a llegar para llamar la atención".

Tampoco es poco frecuente el sentimiento de desazón y la sensación de que "se están quedando con uno". Tenemos la presuntuosa idea de que todo en el arte está al alcance de nuestro entendimiento, ergo si no puedo entender un cuadro de un solo golpe de vista es porque en realidad aquello carece de todo sentido, así que lo rechazo y lo catalogo como arte vacío.

La idea de que, limitándonos al terreno de la pintura y la escultura, el arte pueda ser algo más que una herramienta representativa de la realidad, algo más que su fiel reproducción o imitación, es una noción que casi siempre se hace difícil de asimilar. A día de hoy todavía no lo hemos conseguido al cien por cien. Probablemente porque, en lo más profundo de nuestro intelecto, la abstracción sigue siendo, desde que el hombre es hombre, una de las cosas que peor llevamos. Es una lata abstraerse de esa realidad sumergidos en la cual pasamos toda la vida.