viernes, 27 de noviembre de 2009

Schopenhauer en la forma, Osha en el contenido

“Χαλεπά τά καλά” o “lo noble es arduo”, que diría el filósofo. ¿Y qué hay más arduo en los tiempos que vivimos que el crear, el construir? En mitad de una sociedad en la que subyace la apología de la destrucción, no como fin pero acaso sí como medio, el proceso creativo a menudo queda dotado ante los ojos mortales de una naturaleza exótica, extraordinaria, como si de una especie de milagro inexplicable se tratara. Quizá sea precisamente ésta una de las disyuntivas principales entre la labor divina y la humana. Mitológicamente, se ha representado a Dios como aquél que crea, que construye, que configura, mientras que al género humano ha parecido encomendársele la tarea de eliminar, de destruir, de desfigurar. Ambas acciones, tan contrapuestas, parecen surgir en parte como medio, como herramienta mediante la cual alcanzar cierto fin, en parte como producto directo de la naturaleza de quien las lleva a cabo. De este modo podríamos incluso hablar de una naturaleza divina creativa a la vez que de una naturaleza humana destructiva. Por supuesto, al igual que se establece entre el ying y el yang, sería un error diferenciar un ámbito plenamente constructivo de otro plenamente destructivo. Es precisamente la introducción del impulso constructivo, creador o creativo en la naturaleza humana lo que dota a quien lo expresa de cierto halo divino, extraterrenal.

Precisamente, el acto creativo, al menos el que nos ocupa, es decir, el humano, requiere de cierto trabajo intelectual, de un proyecto firme, de una planificación previa, mientras que el acto destructivo se produce de cualquiera de las maneras, sin orden ni concierto, de forma espontánea, como lo reflejan los principios de la física. Destruir se puede hacer de infinitos modos, mientras que construir solamente se puede de unas pocas formas, y éstas disminuyen a medida que el resultado al que se quiere llegar, el propósito final, es cada vez más concreto. Este comentario queda ejemplificado con la sentencia: “Un vaso puede destruirse de muchas maneras, pero solo puede construirse de una”. Por supuesto, el acto destructivo también exige cierta dosis de inteligencia. Es este el mismo motivo por el que tan solo una persona lo suficientemente inteligente puede llegar a ser realmente malvada. La auténtica estupidez viene siempre impregnada de cierta inocencia, no porque esté emparentada con la bondad, que de bondadosos han sido erróneamente calificados muchos comportamientos carentes de inteligencia. El estúpido está dotado, podría decirse, de la misma inocencia de la que gozan la roca, el pólipo o el helecho.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Parafraseando a Bach


Anton Webern, compositor de vanguardia en el siglo XX dijo, no exento de razón, que "todo sucede en Bach". No es de extrañar, sus más de mil obras (1127 oficialmente catalogadas hasta el momento) así lo testimonian. Bach es Dios, diseñador y arquitecto de todo un universo formal, armónico y contrapuntístico. En Bach se alcanza el paroxismo barroco: multitud de voces o partes que se mueven y desarrollan independientemente para, en conjunto, constituir un todo exultante en el que todo encuentra su lugar encajando a la perfección, como la sofisticada maquinaria de un reloj suizo.

De todos modos creo que, igualmente, todo o casi todo está ya dicho al respecto de este genio de la música. La bibliografía referida a él es extensa y no se ha escatimado en palabras, artículos, opiniones... Bach a día de hoy, casi 260 años después de su muerte, sigue estando en el candelero. Así que probablemente el mejor tributo y la mejor manera de comprender tácitamente de lo que se está hablando sea recuperando, una vez más, el legado que nos dejó a todas las generaciones posteriores a él, pero también a las venideras que nos tomen el relevo cuando nosotros ya no estemos aquí. Yo, personalmente, lo considero uno de los motivos por los que la desaparición del género humano supondrá una tremenda pérdida. Todavía queda para que eso ocurra, pero esta música bien vale un lamento anticipado.

lunes, 26 de octubre de 2009

No hay quinta mala


*Nota previa: Si consigues leer esto significará que no he conseguido colapsar el site de blogger en mi intento de adjuntar videos indiscriminadamente desde youtube.

Sorprende la idea de que muchas quintas sinfonías hayan llegado a adquirir el calificativo de celebridades a lo largo de la historia de la música. Comenzando por quizá la más recordada de todas, la de Beethoven, la lista incluye a muchos otros grandes compositores: Mahler, Chaikovski, Bruckner, Prokofiev, Nielsen, Shostakóvich, Schnittke… Evidentemente, decir que únicamente quintas sinfonías han pasado a los anales de la historia como obras cumbre, maestras, sería faltar a la verdad. Resulta curioso sin embargo que, desde el desarrollo con Beethoven del concepto de sinfonía como "obra superior", despuntando entre otras formas consideradas en cierto modo menores, hayan sido estadísticamente las quintas sinfonías de lejos las más valoradas.

En comparación con sus predecesoras, en cierto modo es de esperar que una sinfonía presente un nivel de madurez y un grado de perfección mayor. La idea es que tras cada obra, tras haber sido capaz de superar cada uno de los problemas particulares que se han ido presentando durante el proceso compositivo, el compositor adquiera una mayor destreza. Este es uno de los principales motivos por los que, en principio, una quinta sinfonía tiene mayor probabilidad de adquirir renombre que una cuarta, y así sucesivamente. ¿Pero qué ocurre con la sexta, la séptima y demás? Quizá sea una cuestión de difícil respuesta desde un punto de vista objetivo. Hay ocasiones en las que uno solo puede recurrir a conjeturas. Cierto es que, de todos modos, también ha habido muchas sextas célebres y de una calidad extraordinaria. La sexta sinfonía de Chaikovski es un claro ejemplo y, no obstante, el genio ruso recibió la muerte atormentado por el fracaso de su estreno.

Y adentrándonos en el tema de la muerte encontramos otra de las ya extendidas supersticiones relacionadas con las sinfonías. Se trata de la maldición no escrita según la cual compositores como Beethoven, Bruckner, Schnittke o Wellesz habían firmado con su novena sinfonía también su propia sentencia de muerte que les condenaría a no poder regalar al mundo una décima, una sinfonía que destapara una región nueva de la realidad y revelara al género humano sensaciones o conocimientos no permitidos.

Mi selección particular recoge los primeros movimientos de las quintas sinfonías mencionadas. No soy partidario de una audición parcial de las obras. Como afirmaba Mahler, "una sinfonía debe contener todo un mundo" y, como tal, lo correcto es explorarla en su totalidad. Las demás partes pueden encontrarse sin mayor problema. Buen provecho.

Beethoven

Mahler


Chaikovski


Bruckner


Prokófiev


Nielsen

Shostakóvich


Schnittke

miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Debe el arte estar subyugado a un fin?


Esta es probablemente una de las preguntas que han acompañado al desarrollo creativo desde los primeros primerísimos instantes de su nacimiento. El arte es un concepto al que muchos no han sabido cómo enfrentarse, qué esperar de él, si es que se puede esperar algo, cómo manipularlo y qué beneficios buscar en él. El pensamiento pragmático lo ha sometido innumerables veces a juicio porque, según este criterio, no es lícito considerar el arte como fin en sí mismo. Ha de convertirse pues en medio para la consecución de algo. Este algo ya ofrece un amplio abanico de posibilidades, pero lo que queda claro según esta interpretación es que la obra artística adopta el papel de canal hacia un propósito, digamos pragmático u objetivo. Sea difundir ideologías, incitarnos al consumo... o sencillamente hacernos reír o llorar. Fines objetivos, o al menos expresados en un lenguaje diferente al artístico, uno más primario, más accesible. De hecho podemos encontrar ejemplos más o menos ilustrativos a lo largo de toda la historia, desde las pinturas rupestres que buscan representar una realidad, pasando por los patrones clásicos que van un paso más allá, no únicamente como representación de la realidad sino como búsqueda de un patrón estético, de belleza...

A partir de esto surge una gran variedad de clasificaciones en el gremio. Centrándonos en el terreno de una de las artes más escurridizas, la música, hablamos muchas veces de formalismo y realismo. A grandes rasgos consideramos música formalista aquella no programática, la que no pretende transmitir ningún argumento fuera de la propia música. En este caso la música es causa y consecuencia, lenguaje único que no necesita (y conforme a posturas puristas, tampoco debe) ser interpretado ni traducido, sino que ha de ser considerado autoconsistente per se. Del otro lado, la música realista, aquella irremediablemente ligada a un programa, esto es, a una historia, con un fin, con un hilo conductor extramusical. Por supuesto, defensores y detractores hay en ambos bandos, ya que motivos, tanto a unos como a otros, no les faltan. Es por este motivo por el que, ante disyuntivas de esta naturaleza, lo ideal generalmente es conservar una postura ecléctica y rescatar lo mejor de unos y de otros.


jueves, 1 de octubre de 2009

¿Asistimos a una involución en el arte? (I)


Quizá sea una de las preguntas más frecuentes que nos hacemos, en ocasiones de manera inconsciente, al hablar del arte contemporáneo. De hecho una gran proporción de la gente que se interesa por el arte, y especialmente la que opina sobre el tema aun declarándose profana, podría catalogarse como conservadora, ultraconservadora o, en casos especiales, moderadamente progresista. Y es que, dentro de lo que cabe, las terminologías artísticas y políticas muchas veces confuyen en un marco conceptual común.

El ser humano en general se resiste a considerar que un lienzo con un cuadrado negro sea arte. Sin embargo, parece que en algo ha aumentado la tolerancia, que no la comprensión, en este sentido con respecto a la reacción que pudo mostrar el público cuando, en 1915, al artista ruso Kazimir Malevich se le ocurriera elaborar una cuadro así. Ahora la gente lo ve como algo normal, casi con lástima. "Pobre chico. Hasta dónde se vio obligado a llegar para llamar la atención".

Tampoco es poco frecuente el sentimiento de desazón y la sensación de que "se están quedando con uno". Tenemos la presuntuosa idea de que todo en el arte está al alcance de nuestro entendimiento, ergo si no puedo entender un cuadro de un solo golpe de vista es porque en realidad aquello carece de todo sentido, así que lo rechazo y lo catalogo como arte vacío.

La idea de que, limitándonos al terreno de la pintura y la escultura, el arte pueda ser algo más que una herramienta representativa de la realidad, algo más que su fiel reproducción o imitación, es una noción que casi siempre se hace difícil de asimilar. A día de hoy todavía no lo hemos conseguido al cien por cien. Probablemente porque, en lo más profundo de nuestro intelecto, la abstracción sigue siendo, desde que el hombre es hombre, una de las cosas que peor llevamos. Es una lata abstraerse de esa realidad sumergidos en la cual pasamos toda la vida.

martes, 29 de septiembre de 2009

¿Será este amor para siempre?


Caminando por las afueras de la ciudad, un maestro iba conversando con su discípulo. Puesto que hacía ya tiempo que no habían parado a descansar, decidieron detenerse un instante para continuar la charla que traían entre manos:

- Maestro, ¿cómo puedo descubrir si el amor que he encontrado será para siempre?

- No te atormentes con ese tipo de preguntas. Vive el amor cada día con el convencimiento de que será auténtico, sincero y eterno. Si es cierto que lo era, solo el tiempo te lo podrá revelar.

- Pero, ¿cómo puedo actuar de ese modo sin haber alcanzado antes la seguridad de que este amor cumple todo lo que tú me has mencionado?

El maestro, indicando con su bastón un punto en el suelo, le preguntó:

- ¿Ves lo que señalo? ¿Es una piedra o un caracol?

- Desde donde me encuentro no puedo responder con seguridad, quizá si me aproximara un poco más...

- Tus ojos ven lo suficiente, tan solo les falta creer en aquello que ven.

- No lo sé, estoy confuso.

- Si ahora nos marchásemos y mañana regresases al mismo lugar en el que estás sentado, ¿lo sabrías?

- Supongo que sí. Si mañana ya no está ahí, sabré que era un caracol; de ser una piedra continuaría en el mismo sitio.

- Hagámoslo así.

Y se marcharon de aquel lugar.

Al día siguiente el muchacho regresó, impaciente por desvelar el enigma que le reconcomía desde la tarde anterior. Le fue suficiente una mirada furtiva para romper a llorar. En un instante había comprendido que el amor y los caracoles no son, al fin y al cabo, cosas tan diferentes.

domingo, 27 de septiembre de 2009

El Osha Acuario


De acuerdo, sé que esto no es solo mi rinconcito personal de reflexión, sino el blog oficial de todo un grupo cultural de Facebook. Me voy a tomar de todos modos la licencia de hacerme un pequeño homenaje particular a través de esta entrada. Debido a su, ante todo, carácter egocéntrico, tampoco voy a hacer referencia a este artículo en el grupo. En general, un texto insulso y aburrido para casi todos y que prácticamente a nadie le valdrá la pena leer. Para todos los demás, los "osháfilos", publico esta entrada.

Es verdad que he atravesado una época en cierto sentido frenética (si es que en algún otro momento de mi vida dejó de serlo) dedicada al análisis, a la reflexión, a la creación... Esto me ha obligado en cierto modo a un estudio introspectivo, a indagar en este mundo interior que, por un lado se ha ido formando y por otro he ido construyendo, apoyándome en la observación, la síntesis y la abstracción de tantos y tantos procesos mentales y experiencias cotidianas. Es una tarea ardua, pero muy enriquecedora que quizá todos deberíamos plantearnos a lo largo de nuestra vida a fin de conocernos y comprendernos un poquito más a nosotros mismos y, con ello, propiciar una relación sana y plena con el mundo en el que vivimos y con las personas que nos rodean y comparten con nosotros también un trocito de su vida.

Ante todas las conclusiones que, individualmente, somos capaces de extraer tras un análisis de este tipo, siempre resulta favorable contrastar con ayuda de algún tipo de patrón externo. Yo, casualmente, he dado con el análisis de mi signo zodiacal. Qué poco riguroso... Pero esto nunca pretendió ser una web científica, ¿verdad?

Me limitaré únicamente a reproducir las partes más importantes que allí he encontrado. Y dice:

"El énfasis de la iniciativa y el cambio se pone en entera disponibilidad en este signo. Tiene capacidad lógica y razonada de absorber lo que le ofrece el entorno para alcanzar una forma más completa y definida en el momento de una elaboración mental que se ajuste adecuadamente al conjunto. Siente curiosidad por todo lo nuevo y gusto por los avances científicos aunque su creatividad, siempre innovadora, también es buen complemento para el arte.

Admira el raciocinio y es analítico, pero con tendencia a algo de misticismo porque su mente está abierta a todo. Es simpático y amable pero antepone fielmente sus propios criterios, pues es leal a sí mismo sobre todas las cosas. Esto puede conducirle en ocasiones a un individualismo cerrado. Sin embargo, le gusta compartir sus ideas con grupos y gente con la que sienta afinidad. No es tradicional y sí rebelde, revolucionario y excéntrico. Siempre muy personal en todo lo que hace y destacándose de los demás por su especial forma de ser y de actuar.

Él va a su aire y pasa de todo y, si los demás no le entienden, juzgará que el problema es de ellos. Por eso es el gran incomprendido del zodiaco. Es el representante por excelencia del idealismo. Es consciente de que sus pensamientos van por delante de su época y disfruta con la provocación que suscitan. Necesita opinar sobre todo y le encanta elaborar ideas, pero debe cuidar de no cerrarse demasiado en ellas y ser más flexible.

Su pareja debe ser segura e independiente, abierta e inteligente, que comparta y entienda sus ideas y que, a la vez, sea capaz de estimularle intelectualmente. En cuanto al sexo, es tan idealista que puede mantener relaciones platónicas sin recurrir a él porque tampoco es algo que le obsesione o le condicione."

sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Cuántas extremidades hacen falta...?


En ocasiones resulta poco menos que sorprendente lo que una persona es capaz de hacer con su cuerpo. Al margen de connotaciones subiditas de tono, mi reflexión iba dirigida hacia la interpretación musical. Es cierto que muchas otras artes exigen malabarismos y piruetas rebuscadas durante el proceso de creación, pero hay otros factores, concretamente tres, que les hacen perder efectismo. Esto es la no exhibición pública (en general un pintor, un escultor, un poeta... crea en privado, esencialmente porque el proceso de creación a menudo se considera trivial para con el resultado final y el acto de admiración), el tiempo empleado en la creación (se puede crear sin parar durante horas o dosificar el trabajo en pequeños momentos, hacerlo frenéticamente, rápido, despacio... realmente no importa) y, puede que como consecuencia de las anteriores, el carácter no definitivo del proceso creativo (siempre es posible modificar, corregir, rectificar o mandar la obra a la basura y empezar de nuevo). En este sentido, la interpretación musical, una vez iniciada, es pública y unívoca, sin opción para el aplazamiento, la rectificación o el abandono. El ser humano es errático por naturaleza, por lo que situaciones así atrapan fuertemente nuestra atención.

No es fácil tocar un instrumento musical y no equivocarse. La únicas soluciones para la superación de esta traba son la interpretación de obras técnicamente asequibles o el estudio. En cuanto a la dificultad de una obra, dependerá, por supuesto, tanto de las capacidades innatas como de las adquiridas por el propio intérprete. En cuanto al estudio, no resulta tan inmediata la manera en la que se consigue llevar a cabo. La interpretación musical contiene una fuerte componente mental, pero también física. El proceso en general pasa por la lectura de una partitura, su procesamiento y su posterior traducción en movimientos. Este es el motivo por el que ya no es la partitura en sí, sino la secuencia de acciones corporales lo que nos permite recordar el modo en que debemos interpretar una obra. Este recuerdo se traduce en un proceso de interpretación quasi-automático que elude cualquier posibilidad de error. Cierto es que no somos máquinas perfectas y los errores, antes o después, aparecen, pero con una frecuencia mucho menor.

Ahora viene la pregunta. Si el estudio se fundamente esencialmente en la memorización de secuencias de movimientos corporales, ¿qué debo memorizar? La respuesta es obvia: lo mínimo necesario para alcanzar resultados satisfactorios. Aquí la práctica totalidad del proceso de selección de movimientos a recordar la lleva a cabo el cerebro de forma inconsciente. De un modo u otro sabemos que es importante la posición de un dedo u otro en el instrumento pero no, por ejemplo, la postura que tome nuestra cabeza. A pesar de ello, los tics profesionales están a la orden del día y no es extraño el intérprete que tiende a realizar el mismo movimiento de cabeza o la misma mueca al llegar a un pasaje determinado.

La pregunta inmediata a la anterior sería ¿qué puedo memorizar? La capacidad de procesamiento y almacenamiento de información que posee nuestro cerebro resulta muchas veces sorpendente. Está capacitado para memorizar tanto movimientos sencillos que impliquen la actuación de zonas muy reducidas de nuestro cuerpo como secuencias de movimientos complejos que involucren la participación sincronizada de varios miembros o regiones corporales. Casos extremos los hay en todas partes. Como muestra, un botón. Por un lado el concierto para piano "para la mano izquierda" de Maurice Ravel. Por el otro una fuga en do mayor de J. S. Bach donde, como en tantísimas otras obras para órgano, las manos se vuelven insuficientes y se hace necesario recurrir a los pies en determinados pasajes.





lunes, 14 de septiembre de 2009

Manifiesto poético (8 de mayo de 2009)


A veces nos empeñamos en asociar la poesía con un mundo de ilusiones, con una realidad impracticable a la que jamás tendremos acceso. La poesía envuelve el mundo, empapa su corazón más interno y cubre sus detalles más superficiales. Solo hay que recurrir a ella para arrancarla de su letargo.

La poesía puede hallarse por igual en la inmensidad del cielo, en la espesura de un bosque, en una orquídea... en un pimiento. Resultaría fácil con solo decirlo, pero nadie nos creería. En ocasiones la gente necesita que se le muestre aquello de lo que duda. Necesitan poder decir: "Es cierto. Yo lo vi con mis propios ojos". Necesitan una prueba objetiva que les demuestre que no están locos. Un testimonio, una fotografía, un artículo de prensa o pronto ese encuentro con la poesía caerá de nuevo en el olvido.

A menudo la gente vive feliz porque su vida se limita al cuchillo y al tenedor. Pero en un lugar recóndito del universo hay también sitio para una cuchara. "Un pimiento... ¡Esto no es poesía!" Estamos tan familiarizados con lo que vemos cada día que nos volvemos ciegos ante todo. Cuando hablo de peces me imagino el mar; cuando hablo de aves me imagino el cielo. Basta con ver una hilera de pimientos en una calle para que el vegetal libere toda la poesía que llevaba dentro.

Una persona que pasea un pimiento es un loco; dos personas que pasean un pimiento, un par de locos. Y así nos rodeamos de prejuicios a medida que crecemos y nos hacemos mayores. El corazón de un adulto a menudo se parece a un pimiento. Es rojo por fuera y hueco por dentro. Pero no es joven ni ligero porque la idea de un mundo gris lo hace envejecer rápidamente. Más de uno querría para sí un corazón de pimiento, verdura dulce y fresca.

Un pimiento parece algo inútil, estúpido. "El pimiento es la cosa más tonta del mundo"- podemos pensar mientras nos lo comemos. Muchas veces perdemos el norte al opinar sobre las cosas. Menospreciamos aquello que no comprendemos en lugar de pensar en el sentido que tiene. Volver la cabeza y fingir no haber visto nada es una actitud muy cómoda. Cualquiera está preparado para entender la poesía y la postura de quienes la niegan da sentido a nuestra causa.

El acto poético ha llegado a ti. Déjate sorprender por cada instante de la vida. No te refugies en el ayer y deja de actuar condicionado por el mañana que esperas. En el hoy, y en ningún sitio más, es donde nos está permitido vivir.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Dónde comienza mi relación con el acto poético?


Entre el cuarto y el quinto fin de semana de mi estancia en Moscú, el desarrollo de los acontecimientos me condujo hacia uno de mis primeros simulacros de acto poético en tierras eslavas. En una sociedad como la rusa, que en ocasiones da la impresión a los ojos occidentales de que se asfixia sumida en su propia existencia, quise encontrar un soplo de aire fresco en mitad del marasmo existencial que asediaba a su gente. Había decidido visitar el cementerio de Novodevichi, para ser más concreto, la tumba de Shostakóvich.

Junto a la entrada me detuve en el escaparate de la floristería anexa. No me había planteado el propósito de comprar flores, y sin embargo algo me arrastró a buscar en su interior. Sin reparar en nada más, entré decididamente. Una rosa roja fresca como símbolo de respeto era todo lo que necesitaba antes de mi encuentro ante su lápida. No soportaba la idea de entrar con las manos vacías para rendirme ante quien tanto significaba para mí. Es cierto que la admiración por alguien es un sentimiento muy profundo que no es necesario exteriorizar para saberlo intensamente real, pero las manos en los bolsillos habría resultado un gesto demasiado descortés.

Tras salir de la floristería con mi rosa inicié una lucha silenciosa por aproximar cada vez un poco más la yema de mis dedos a su impasible tallo a la vez que caminaba hacia la entrada del cementerio, ignorando todo lo que me rodeaba. En aquel momento mis ojos no veían sino pétalos y espinas. Como la caída de un rayo que golpea con firmeza el manto de hierba, un brazo detuvo mi paso. Era el guardia de seguridad del cementerio, que con un gesto de frialdad me indicaba un letrero junto a la puerta: "Prohibido entrar sin pase". Busqué en el interior de mis bolsillos y le mostré cuantos documentos alcanzaban mis manos. Sin embargo, resultó inútil. Mi tarjeta de estudiante de la Universidad Estatal de Moscú no era suficiente para traspasar la fría verja que me separaba de Shostakóvich.

- ¿Por quién viene?
- Por Shostakóvich.
- No se puede pasar.

¿Cuántas veces mi cabeza ha vuelto a aquel recuerdo tratando, sin éxito, de cambiar lo que se resistió a salir bien? Una vez más quería ignorar que únicamente se puede cambiar el pasado en la mente. Si al menos se me hubiera ocurrido decirle algo en aquel momento... "He comprado esta rosa para él. Solo quiero ponerla en su lápida. La última vez que vine sólo vi unas flores de plástico desgastadas. Si no me está permitido pasar, por favor, ¿podría usted guardar esta rosa y colocarla sobre su tumba?"

El estridente silencio había cubierto por completo mis palabras. Todo sonido había muerto antes de rozar mis labios. Tan solo fui capaz de darme la vuelta mientras agachaba la cabeza y abandonaba aquel lugar. Reprimiendo la necesidad de llorar, emprendí el camino hacia la estación de metro Sportivnaya, a unos diez minutos del cementerio, con el único deseo de volver a la residencia de estudiantes de la universidad, dos estaciones más allá en la línea roja hacia las afueras de la ciudad.

A medida que avanzaba en mi camino, mi tristeza fue poco a poco convirtiéndose en vergüenza. El dolor perduraba, pero había tomado una nueva forma. A cada paso me hacía consciente de que las calles por las que me movía, la ciudad, el país, el mundo entero, estaban llenos de gente que no podía permitirse gastar tiempo ni lágrimas en banalidades como la que había conseguido sumirme en aquel sentimiento.

En España a menudo es posible no darse cuenta de este tipo de cosas; en Rusia muchas veces uno se ve obligado a apartar la mirada para no ser golpeado por la realidad. Me encontré una vez en el metro con una anciana cargada de bolsas, quizá llenas de productos para vender en el mercado, o de flores con las que ganarse unos pocos rublos tras todo un día en un sucio rincón de la ciudad. Se había quedado dormida mal sentada en uno de los bancos del metro. Sus ojos cerrados dejaban ver los pliegues y la suciedad de sus párpados. Toda una vida de lucha, probablemente iniciada con una corta infancia, para alcanzar, tras tantos años de estrecheces, una vejez en estas condiciones. Y yo desangelado porque se me había denegado la entrada a un cementerio.

Cuánto me queda por aprender de la gente que sufre. Cuántas lecciones de entereza y dignidad me faltan por descubrir. No podía seguir echando la vista a un lado, no quería seguir creyendo que todo aquello no estaba en mis manos, que no había nada que yo pudiera hacer para cambiar las cosas. Decidí iniciar el cambio precisamente con aquella rosa que se perdía de rubor entre mis manos. Cuando quise darme cuenta, entre pensamientos y divagaciones había llegado a Sportivnaya.

La primera persona con la que me crucé, y en cuyos ojos traté en vano de encontrar el brillo de la ilusión fue la revisora del metro. Junto a la cabina, controlaba la gente que salía y entraba, velando por que nadie atravesara la barrera sin pasar su billete por la máquina registradora. Me acerqué a ella y, con la expresión de seriedad eslava que, después de varios meses viviendo allí ya había hecho mía, le tendí la rosa para que pudiera cogerla de mi mano. Se me quedó mirando seria, muy seria, con una expresión mezcla de incredulidad y desconfianza.

- ¿Qué es eso? ¿Intenta pasar sin billete? ¿Acaso no tiene?
- Sí, tengo -le respondí mientras sacaba mi billete del bolsillo.
- ¿Entonces esto qué significa? Déme su billete.
- Vine a visitar la tumba de Shostakóvich. Compré una rosa pero no me dejaron entrar...
- A mí no tiene que darme nada. Pase.
- Pero yo quiero dársela.
- No tiene por qué darme nada.

De repente entendí que, para que el acto poético floreciera, tendría que enfrentarme a numerosos obstáculos. Quizá el tiempo o el dinero condicionaran los frutos, pero la mayor barrera a partir de entonces serían la desconfianza y la incomprensión de la gente.

jueves, 3 de septiembre de 2009

¿Es la imitación el paso inmediato a la admiración? (II)


En cuanto a la escritura, siempre quise ir más allá de lo trivial. No en vano la gente siempre me tuvo por un niño sofisticado y un tanto rarito. Rarito en el sentido de que mis intereses iban más allá de la tele, los videojuegos o los encuentros con amigos. Se podría decir que reinventé el concepto de diversión que se me había transmitido desde el exterior. Nunca di muestras de sobredotación en los test de inteligencia que nos hicieron en el colegio, lo que demuestra por otro lado que, en ocasiones, la voluntad prevalece sobre el intelecto. Así que una de las formas hacia las que mayor atención presté desde un principio fue la poesía.

Me resultaba cautivadora la musicalidad que podían adquirir las palabras al ser colocadas en el orden adecuado. Sin embargo aquello se apartaba de la tendencia natural del lenguaje a la asimetría y el desarrollo irregular. En otras palabras, era hermoso pero transmitía sensación de artificialidad. El paso lógico inmediato sería la búsqueda de aquello que con tanta fuerza me había cautivado, pero esta vez prescindiendo de lo que lo encorsetaba. Me sumergí de lleno en el mundo de la música.

La interpretación musical siempre me ha traído buenas sensaciones. Cuando lo necesitaba, me ayudaba a relajarme, a exteriorizar mi impotencia o a canalizar mi ira. Sin embargo, yo necesitaba algo más. Es cierto que el papel activo del intérprete en música no tiene igual en muchas otras artes. Es el bailarín en el ballet, el actor en el teatro, pero también el lienzo en la pintura, el mármol en la escultura. Esto permite al músico implicarse activamente en la obra, si bien hasta cierto punto subyugado a la voluntad creadora del compositor. Se me hacía insuficiente limitarme a escuchar o interpretar la obra de los grandes maestros de la música. Al igual que durante mi etapa plástica, necesitaba copiar, imitar, reproducir.

martes, 18 de agosto de 2009

Acción poética práctica: 4'33'' de John Cage


Hace ya tiempo descubrí un acto poético llevado con seriedad hasta sus últimas consecuencias: la obra 4'33'' de John Cage. No tiene sentido en este punto plantearse si el compositor realmente la concibió como un acto poético al uso, pero es formidable que alguien esté dispuesto a secundarlo hasta el punto de interpretarla en una sala de conciertos. Nunca una acción de este tipo ha llegado tan lejos. Y, sin embargo, como cualquier otro acto poético en esencia, no deja de ser recibido con la mofa de unos y la indignación de otros.

Sea como fuere, la sociedad se ha vuelto más tolerante a juicio de algunos, más estúpida conforme a la opinión de otros, y hay cosas que, por resquemor o malestar que le produzcan a uno, las comparte, las comprende, las tolera o simplemente las ignora. Yo entre tantos otros, aunque no por eso iba a dejar de mencionarlo. Es la espada de doble filo a la que llaman personalidad colectiva la que ha resuelto tomarse las cosas con mayor ligereza, podría decirse incluso con sentido del humor, y por otro lado, a guerrear como alimañas heridas a fin de ser los primeros o quedar con la mejor parte en otros terrenos. Yo he visto todo eso, ejemplificado todos los días cuando la gente se aturulla en la parada del autobús, por poner un caso de los más absurdos que acierto a recrear de rivalidades por minucias. Cuando la gente se da la vuelta y me ve, discretamente apartado del bullicio, deberá pensar que soy un neurótico que teme contagiarse al contacto con las personas, que tengo aires de superioridad por evitar mezclarme con nadie o quién sabe qué otras miles de cosas.

La pregunta ahora es quién no está en sus cabales. ¿Qué sentido tiene luchar por algo que carece de valor? Es esa necesidad de oponerse, de separar mi existencia de todo aquello externo a mí que a menudo me es ajeno. ¿Por qué? Si se hablara todo lo que merece ser dicho, en lugar de limitarse a hacer luz de gas a estas cuestiones, sin duda otro gallo cantaría. No obstante, y aunque parezca paradójico, en la cultura de la información a menudo pueden descubrirse facetas más reveladoras de las personas por lo que callan que por lo que hablan, puntualizando la sustancial diferencia entre el hablar y el decir. Es por ello que siempre prefiero, al verme obligado a medir mis palabras, mil veces escribir antes que hablar, así como mil veces leer antes que escuchar.

Del mismo modo que hablaba del espíritu de rivalidad, y probablemente instigado por el mismo, con fecuencia las personas, más cuando se encuentran en compañía que solas, se irritan pensando que están tratando de aprovecharse de ellos, que les están vendiendo la moto o dando gato por liebre. Es más el sentimiento de creer que nos subestiman o se están riendo de nosotros lo que hace saltar el resorte que nos obliga a oponernos a todo, no aceptando nada. 4'33'' no es una obra indicada para personas con este tipo de susceptibilidades, si bien, aun no teniéndolas, uno puede aceptar o rechazar lo que allí se presenta. Hablando de tolerancia y de legitimidad de criterios sería de muy mal gusto tratar de refutar una opción u otra en virtud de una segunda contraria a aquella. Sin embargo, en ningún momento me he pronunciado al respecto de esta obra, sino en favor del ideal de acto poético que desde el principio consiguió cautivarme. Es más, no fue hasta bastante después de descubrir este tipo de actos que me encontré con 4'33''.


sábado, 15 de agosto de 2009

¿Es la imitación el paso inmediato a la admiración? (I)


Desde pequeño siempre quise copiar, reproducir, imitar todo aquello que admiraba. Quizá hubiera podido llegar a tener algún que otro altercado con la SGAE y los derechos de autor, pero mis trabajos eran particulares y sin fines lucrativos. Como mucho podía mostrar alguno de mis dibujos a las amigas de mi madre o pegarlos en las paredes de mi cuarto.

Yo era, podría decirse así, una fotocopiadora atrapada en el cuerpo de un niño de nueve años. En cuanto veía una imagen que me causara interés, corría a por papel y lápiz, la dibujaba y continuaba con mis cosas. Por motivos como este llegué a tener más de una reprimenda en casa. "No puedes ir todo el día dibujando de aquí para allá. ¿Y los estudios qué?"- me decían. El caso es que nunca había llevado malas notas a casa excepto, he de reconocerlo, en la asignatura de educación física, o gimnasia, como la llamábamos entonces. Sin embargo mi entrega enfermiza a las artes plásticas incomodaba a mi madre.

Yo, por otro lado, comenzaba a encontrar limitaciones en el dibujo. Era obvio, evidente y, en consecuencia, poco sutil por un lado y, a pesar de ello, no me permitía transmitir con eficacia ideas o conceptos complejos. Un día, de repente comprendí que un cuadro podía percibirse de un solo golpe de vista, lo cual no me satisfizo. Aquello supuso el nacimiento de una nueva etapa: la literaria.

martes, 5 de mayo de 2009

¿Qué es un acto poético?


"La primera cosa que vino a ayudarme fue la poesía. Poetas hay en todas partes. Pero la vida poética, en cambio, es un bien más escaso. Un día encontramos en un libro sobre el futurismo italiano una frase iluminadora de Marinetti: La poesía es un acto. A partir de ese momento, decidimos prestarle más atención al acto poético que a la escritura misma. Durante tres o cuatro años, nos dedicamos a realizar actos poéticos. Pensábamos en ellos durante todo el día. Por ejemplo, Lihn y yo decidimos un día caminar en línea recta, sin desviarnos nunca. Caminábamos por una avenida y llegábamos frente a un árbol. En vez de rodearlo, nos subíamos para proseguir nuestra conversación.

La vida es así: totalmente impredecible. Un día dije a mis amigos: ¿para qué seguir avanzando? ¿Qué sucedería si todo el mundo decidiera detener el movimiento? Y decidimos tumbarnos en el suelo, en medio de la calle, sin movernos. Los peatones pasaban por encima de nosotros; algunos hacían comentarios. Las personas llamadas razonables, aquellas que creen en la solidez de este mundo, no plantean actos locos.

El acto poético es una llamada a la realidad. Esta vida que nosotros quisiéramos lógica es, en realidad, loca, chocante, maravillosa y cruel. Nuestro comportamiento es irracional y contradictorio. ¡La poesía es convulsiva! Ella denuncia las apariencias, atraviesa con su espada la mentira y las convenciones. Nos permite acceder a otro nivel. La mayor parte del tiempo la gente se contenta con pequeños actos inocuos, hasta que un día revienta y, sin control alguno, se pone furiosa, lo rompe todo, insulta, se abandona a la violencia, llega incluso al crimen...

La sociedad ha puesto barreras para que el miedo y su expresión, la violencia, no surjan a cada instante. Por ello, cuando se realiza un acto diferente de las acciones ordinarias, es importante hacerlo conscientemente, medir y aceptar de antemano las consecuencias. Conviene no identificarse con el acto poético, no dejarse llevar por las energías que libera. El acto no consciente es una puerta abierta al vandalismo, a la violencia.

Un haiku japonés nos proporcionó una clave: el alumno le lleva al maestro su poema, en el cual dice:

Una mariposa:
le quito las alas
¡y se vuelve pimiento!

La respuesta del maestro fue inmediata: No, no. Eso no es así. Déjame corregir tu poema:

Un pimiento:
le pongo unas alas
¡y se vuelve mariposa!

El acto poético debe ser siempre positivo, ir en el sentido de la construcción y no de la destrucción... El acto es acción y no reacción vandálica."

Psicomagia, Alejandro Jodorowsky, Ed. Siruela

sábado, 2 de mayo de 2009

Shostakóvich (5a Sinfonía, 1er Movimiento)

Shostakóvich es Dios, ya se sabe. El arpa se come un acorde pero Bernstein lo hace muy bien.


miércoles, 15 de abril de 2009

Microcuentos (II)


Un hombre sabio decidió en el último momento no descubrir el secreto de la felicidad.

sábado, 28 de febrero de 2009

viernes, 13 de febrero de 2009

Poema semiautomático


Tomo un pimiento con la mano;
Veo su color clavarse en mi cara.
Aterrado, lo arrojo al suelo.
La verdura, presta y brava,
defendiendo su dulce pureza
quiere embestirme con su verde asta.
Si lo piso se vuelve manso,
si lo beso me muerde con saña.

Si pudiera sentirte palpitar
en el fondo de mi pecho…
Si escupieras sangre a borbotones
sobre las campiñas de heno…
Asiría con empeño ese brazo
que, por no escapar de tu cuerpo,
cede su forma y su esencia
como las cede un río a su lecho.

El cielo azul cobalto viola
tu superficie de rojo objeto terráqueo.
Qué hermoso el verbo violar
cuando no es sino convertir en violáceo.
Y correr por entre las calles
deleitándonos con su aspecto calcáreo.
Y soñar con que el tiempo no pasa,
y soñar con un mundo instantáneo.

sábado, 7 de febrero de 2009

Microcuentos (I)


Poco antes de despertar, Amanda creyó despedirse para siempre de una vida onírica.

sábado, 31 de enero de 2009

¿Qué hacer con la vida propia?


Las fuentes cinematográficas están plagadas de propósitos. Parece que el ser humano nunca se cansa de escuchar el ya manido "si te lo propones puedes conseguir cualquier cosa". Una de las películas más explícitas en este sentido resultó ser para mí Pulgarcita. Seguramente no merece la crítica, así que me saltaré cualquier comentario al respecto.

Otra de las ideas es que a menudo el mayor impedimento para conseguir lo que deseamos somos nosotros mismos que, según las últimas corrientes metafísicas, en realidad no lo deseamos y por eso nos oponemos con todas nuestras fuerzas a que aquello se haga realidad. En otras palabras, uno vive en constante lucha consigo mismo cuando el mundo trata de hacernos ver que el único aliado incondicional que puede tener una personas es ella misma. Rival, aliado, rival... Resulta complicado plantearse cómo superar una traba tan fuerte, tan astuta y tan hábil como podamos serlo nosotros mismos. Si así fuera, la vida no sería sino un perpetuo avance y retroceso sobre un mismo punto, un péndulo cuyo único impedimento para alzar el vuelo es su propio peso.

Supongo que más que una labor de resistencia y astucia, la vida al fin y al cabo no opera del todo al margen del azar. En un mundo determinista en el que todo se puede calcular conocida la situación en un instante concreto, las bases más fundamentales se resquebrajan para ceder paso a lo azaroso, a lo mágico e inexplicable de la realidad. Y es que desde don Álvaro, parece que el mundo no ha cambiado tanto como creíamos.

viernes, 9 de enero de 2009

De lo onírico como realidad


Cuentan que cuando deseas que se cumpla algo que has soñado no debes contarlo a nadie. La bella duermiente, por ejemplo, confiaba en que tras haber soñado tres veces con su príncipe azul, el destino la llevaría hasta sus brazos. De las antiguas leyendas de alcoba a la reciente interpretación de los sueños de Freud han asediado la fe humana innumerables supersticiones relacionadas con el mundo onírico. Esa realidad paralela que en ocasiones se confunde sutilmente con el mundo de la vigilia. El día para nuestro lado consciente y la noche para el inconsciente y demás ideas cargadas de misticismo.

Pues sí, esta noche he tenido un sueño. Un sueño en el que aparecías tú. En caso contrario jamás te lo habría contado. Estábamos de viaje, juntos todos los antiguos amigos del colegio. Los pormenores de la visita no tienen importancia. Nos encontrábamos todos juntos, como si el paso del tiempo no hubiera distanciado nuestras vidas, como si hubiéramos vuelto siete años atrás. Sin embargo, ya no esperaba nada de ti. Nos habíamos convertido en amigos, sólo eso. Nuestra relación hacía tiempo que había dejado de ser una entrega incondicional para transformarse en un sencillo lazo gris.

De repente comprendí que aquello no podía ser real, que mi corazón se asfixiaba en mitad de una fantasía. Lo entendí en cuanto tus labios quisieron tocar los míos. Las situaciones más sorprendentes tan sólo están reservadas para cuando no podemos vivirlas conscientemente. Así me di cuenta de que aquel mundo se extinguiría al despertarme. Y sin embargo tuve curiosidad por mantener vivo ese sueño. Ahora que he despertado te hablo sobre lo que ocurrió anoche entre nosotros porque, a pesar de lo hermoso que resultaba, no quiero que se cumpla. Concédeme una realidad auténtica, la que vivo cada día al despedirme de ese mundo fantástico, ya que es lo único que se me está permitido alcanzar.

miércoles, 7 de enero de 2009

Trasfondos en el arte


¿Hasta qué punto se le exige al artista ser desapasionado con su propio arte? ¿Es posible experimentar la misma neutralidad emocional al dibujar una manzana que un cuerpo desnudo? Dicen que los profesionales son capaces de separar el impulso creador del pasional, como si realmente se tratara de cosas muy diferentes.

¿Cómo puede un artista transmitir sentimientos, pasiones, emociones... cuando ha elaborado su obra desde el frío cálculo? Transmitir un contenido requiere cierta implicación sin duda, si bien es posible que hablemos de idiomas diferentes para emisor y receptor del arte. De ese modo, si la premisa es correcta, la conexión que se establece entre los tres protagonistas de la realidad artística (creador, obra y espectador) no es sino un proceso de traducción e interpretación entre lenguajes diferentes. Lo sorprendente de todo esto es que se logre un entendimiento entre unos y otros, que la creación artística consiga transformarse en canal a través del cual se establece un fluir de sensaciones.

El arte es apasionante. Opera muchas veces al margen de cualquier realidad lógica y consigue arrancarnos de un estado emocional a otro mediante ideas a menudo intangibles. Quizá sea este su secreto más guardado: es imposible desarrollar emociones a través de la manipulación racional.

lunes, 5 de enero de 2009

Mutación versus permanencia


Un filósofo griego (no me pidáis recordar su nombre ahora) dijo que "sólo el cambio perdura". Bueno, quien dice perdura dice prevalece... No recuerdo la cita exacta, aunque para ser rigurosos tendría que remontarme a la frase original en griego y toda la pesca. Los traductores también innovan.

Supongo que nadie pone en duda que la afirmación es cierta per se. Sobran las especulaciones pero, puestos a tirar del hilo, la inmutabilidad supone una permanencia, un orden temporal de las cosas y eso está a todas luces entrópicamente desfavorecido. No solo el universo y la naturaleza vistos desde una perspectiva abstracta cambian, también nosotros. O mejor, nosotros que formamos parte de ese todo que inexorablemente muta, estamos unívocamente condenados a mutar. ¿O estaría mejor decir "destinados"?

Si el cambio es una condena, no lo creo, ¿qué sería entonces una existencia estática? La auténtica maldición es verse privado del cambio, aunque en ocasiones muchos nos neguemos a aceptarlo. ¿Cuál es la condena del vampiro por su "vivir a costa de la muerte"? ¿Qué peor sentencia puede merecer la existencia más execrable que se pueda imaginar sino la inmutabilidad? Y sin embargo nuestro intelecto, resistiéndose a los principios del universo con frecuencia ve en ello la virtud. Una realidad comparable al sentimiento de quien queda atrapado en el tiempo, dejándose devorar por el tedio y la desmotivación, sin una meta o propósito, sin un futuro... sin un pasado.

domingo, 4 de enero de 2009

Introspección (I)


Hace unos meses leí una biografía de Salvador Dalí. Escrita por Luis Llongueras, nada menos. Sí, yo también me quedé sorprendido al ver la contraportada del libro, sin embargo mucha gente escribe ahora y consigue editoras que publiquen sus obras. Además, la labor de escritor no está reñida con la de estilista, aunque supongo que las ideas preconcebidas pueden con todos.

Parece fácil triunfar en el mundo teniendo frente a los ojos el recorrido de alguien que ya lo hizo antes. Debe ser otra de las curiosidades del pensamiento moderno (quizá del antiguo también, pero siempre he pensado que antiguamente la gente confiaba más en sus propias posibilidades); todo parece más fácil de lo que es, más sencillo, más directo y más barato de lo que en realidad lo es. Una chispa nos puede hacer ascender a lo más alto, pero también arrojarnos al vacío. Precipitarse por un acantilado no viene siendo una aspiración muy común. La gente lo que quiere alcanzar es lo otro. Ahora, ¿cómo hacerlo? Supongo que la respuesta no viene dada espontáneamente de natural y a muchos les lleva la vida entera, si no más.

Yo muchas veces me he planteado cómo conseguirlo. Me he visto de mil maneras. De pequeño soñaba con dibujar. No lo hacía mal. Sin embargo nunca llegué a tomarlo con la seriedad que quizá requería. Sencillamente se trataba de una manera inocente de sacar parte del potencial que todos llevamos dentro. La creación era mi bálsamo, la misma recompensa. No necesitaba más. Con el tiempo ese potencial fue transfigurando. Sólo quería crear y el dibujo tan sólo podía ofrecerme una materialización parcial de aquella fuerza que me daba la vida. La escritura llegó a mis manos como un nuevo instrumento de realización. Me permitía plasmar ideas y sentimientos de un modo más concreto a la vez que suponía un medio más accesible a todo el mundo. Quizá demasiado accesible. Pero ceñirme a las palabras me oprimía, mermaba mi total apertura porque aquellas ideas, aquellos pensamientos que yo buscaba exteriorizar quedaban limitados a las reglas de la gramática, de la fonética y de la ortografía. Encontré entonces la música, que vino a superar a las anteriores tanto en expresividad como en complejidad.

viernes, 2 de enero de 2009

El incomparable don de la carencia


Vivimos en el mundo de la pragmática, a pesar de que algunas cosas parezcan indicar lo contrario. Nuestro mundo nos arrastra muchas veces a ser útiles. ¿De cuántas maneras diferentes puede decirse? Poder, ser capaz de, estar capacitado para, dominar, tener la habilidad de, saber... Lo que no somos capaces de suplir con pertenencias lo cubrimos con habilidades. Despues de todo los verbos "tener" y "hacer" están fuertemente relacionados en este nuestro mundo práctico. Estos verbos con frecuencia subyugan nuestro infravalorado "ser". Así, de algo que es hermoso se suele decir que tiene una gran belleza, de lo que es caro, que tiene gran valor. Lo que es encantador tiene encanto, lo rojo tiene un color vivo, lo negro lo tiene apagado. Incluso decimos con frecuencia de las personas simpáticas que tienen un buen sentido del humor.

¿Pero dónde quedó la esencia? ¿Por qué sólo podemos hablar de un buen perfume en términos de "huele bien" o "tiene un buen olor"? ¿Dónde está el "este perfume es..."? Sobran ya los comentarios sobre aquello que no tiene nada, o que no tiene lo que debería. ¿Por qué una persona sin vida es un muerto? ¿Por qué una lagartija sin patas una culebra? ¿Por qué una silla sin respaldo un taburete? Y a pesar de todo la carencia es necesaria, aunque nadie la quiere. Una de las carencias más mencionadas es la soledad... o el desamor. Pero las carencias también cumplen su papel en nuestro mundo pragmático. Quizá una de sus funciones supla con creces lo que aporta la no carencia: destapar el velo que nos impedía ver el horizonte, encontrarnos con nuestros propios límites aprendiendo a ajustarnos a ellos.

Y es que parece que al fin y al cabo voy a estar de acuerdo con el anuncio de los relojes, apoyando el "no es lo que tengo, es lo que soy".

jueves, 1 de enero de 2009

Nace un blog en mitad del frío ciberespacio


No hay mejor día para comenzar un blog que a primero de año. A menudo muestran en las noticias quién ha sido el primer niño del año en nacer. Si queda mucho tiempo que cubrir dentro del espacio informativo, en ocasiones incluso se menciona al último niño que nació antes de las uvas. Algunas marcas ofrecen paquetes de productos gratuitos a los padres que no pudieron seguir las campanadas de la Puerta del Sol, al igual que hacen a menudo con los frutos de partos múltiples.

Debería informarse asimismo de la primera persona en sacar brillo a sus zapatos del año, o la primera en comerse un bocadillo de calamares, pero el tiempo reservado a los noticiarios no da juego para muchas maniobras. Crear un blog, por otro lado, es algo más serio, digamos comprometido, digamos cargado de responsabilidad. Por supuesto, no más serio que tener un hijo, pero sí más que comerse un bocadillo de calamares. Sin duda debería hacerse un hueco entre las noticias serias y las deportivas para comentar estos sucesos. Después de todo sólo se empieza un nuevo año cada 365'25 días, y que tal instante coincida con la creación de un nuevo blog es una auténtica proeza. Más aún considerando el país en el que vivimos. Con una mano, llevando las uvas a la boca, con la otra sujetando la copa de sidra, la serpentina y el antifaz, el pie derecho adelantado pisando un papelito con los deseos para el año nuevo y el izquierdo tecleando el password para validar el blog recién creado.

Es cierto, este año ya llego tarde para salir en las noticias como el primer friki del 2009 en crear un blog por internet, pero todo se andará.