sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Cuántas extremidades hacen falta...?


En ocasiones resulta poco menos que sorprendente lo que una persona es capaz de hacer con su cuerpo. Al margen de connotaciones subiditas de tono, mi reflexión iba dirigida hacia la interpretación musical. Es cierto que muchas otras artes exigen malabarismos y piruetas rebuscadas durante el proceso de creación, pero hay otros factores, concretamente tres, que les hacen perder efectismo. Esto es la no exhibición pública (en general un pintor, un escultor, un poeta... crea en privado, esencialmente porque el proceso de creación a menudo se considera trivial para con el resultado final y el acto de admiración), el tiempo empleado en la creación (se puede crear sin parar durante horas o dosificar el trabajo en pequeños momentos, hacerlo frenéticamente, rápido, despacio... realmente no importa) y, puede que como consecuencia de las anteriores, el carácter no definitivo del proceso creativo (siempre es posible modificar, corregir, rectificar o mandar la obra a la basura y empezar de nuevo). En este sentido, la interpretación musical, una vez iniciada, es pública y unívoca, sin opción para el aplazamiento, la rectificación o el abandono. El ser humano es errático por naturaleza, por lo que situaciones así atrapan fuertemente nuestra atención.

No es fácil tocar un instrumento musical y no equivocarse. La únicas soluciones para la superación de esta traba son la interpretación de obras técnicamente asequibles o el estudio. En cuanto a la dificultad de una obra, dependerá, por supuesto, tanto de las capacidades innatas como de las adquiridas por el propio intérprete. En cuanto al estudio, no resulta tan inmediata la manera en la que se consigue llevar a cabo. La interpretación musical contiene una fuerte componente mental, pero también física. El proceso en general pasa por la lectura de una partitura, su procesamiento y su posterior traducción en movimientos. Este es el motivo por el que ya no es la partitura en sí, sino la secuencia de acciones corporales lo que nos permite recordar el modo en que debemos interpretar una obra. Este recuerdo se traduce en un proceso de interpretación quasi-automático que elude cualquier posibilidad de error. Cierto es que no somos máquinas perfectas y los errores, antes o después, aparecen, pero con una frecuencia mucho menor.

Ahora viene la pregunta. Si el estudio se fundamente esencialmente en la memorización de secuencias de movimientos corporales, ¿qué debo memorizar? La respuesta es obvia: lo mínimo necesario para alcanzar resultados satisfactorios. Aquí la práctica totalidad del proceso de selección de movimientos a recordar la lleva a cabo el cerebro de forma inconsciente. De un modo u otro sabemos que es importante la posición de un dedo u otro en el instrumento pero no, por ejemplo, la postura que tome nuestra cabeza. A pesar de ello, los tics profesionales están a la orden del día y no es extraño el intérprete que tiende a realizar el mismo movimiento de cabeza o la misma mueca al llegar a un pasaje determinado.

La pregunta inmediata a la anterior sería ¿qué puedo memorizar? La capacidad de procesamiento y almacenamiento de información que posee nuestro cerebro resulta muchas veces sorpendente. Está capacitado para memorizar tanto movimientos sencillos que impliquen la actuación de zonas muy reducidas de nuestro cuerpo como secuencias de movimientos complejos que involucren la participación sincronizada de varios miembros o regiones corporales. Casos extremos los hay en todas partes. Como muestra, un botón. Por un lado el concierto para piano "para la mano izquierda" de Maurice Ravel. Por el otro una fuga en do mayor de J. S. Bach donde, como en tantísimas otras obras para órgano, las manos se vuelven insuficientes y se hace necesario recurrir a los pies en determinados pasajes.





1 comentario:

Unknown dijo...

¡Hola Óscar! Comenzaré escribiendo en tu blog, aunque resulte extraño jeje

En cuanto a lo que comentas en el texto sobre las capacidades de memorizar y automatizar procesos, es un tipo de memoria muy concreta de la que disponemos, se denomina "Memoria Procedimental" (ya se que suena a palabro sacado de la manga, pero no lo he inventado yo). Es una forma cognitiva de trasladar a nuestra "memoria a largo plazo" acciones que requieren unos protocolos de ejecución determinados. Del mismo modo, disponemos de otro tipo de gestores de memoria, como por ejemplo: memoria fotográfica, memoria lingüística,... y que cada cual desarrolla con mayor o menor capacidad, en función de la cantidad de veces que ha precisado cada una de ellas o la ha ejecutado.

Comentas que errar es humano, pero en la Naturaleza, Óscar ¿qué no lo es? Te propongo la apertura de esta entrada en el blog.

En cuanto a las cualidades de estas personas, sobretodo, lo que se debe mencionar es la disciplina. Abrocharse los botones de una camisa no requiere ningún tipo de concentración, pero estas secuencias de acciones mucho más complejas, precisan de un mayor control y cuidado. Mi pregunta es, ¿un don es fruto de la disciplina y la perseverancia cuando se domina una técnica casi a la perfección o se produce cuando sin conocer la técnica, la manipulas y transmites a tu antojo en una correcta improvisación?

Medita sobre ello, pero son cuestiones curiosas. Mucho ánimo con el blog. A ver si nos vemos en alguna cena pronto.